¿Qué hace que una actividad deportiva trascienda y una distintas esferas sociales, políticas y económicas? ¿Qué hace que un ejercicio pueda convertirse en columna vertebral de miles de personas? ¿Qué hace que eso de calzarse un par de zapatillas para salir a correr convoque en un mismo espacio a atletas de elite y amateurs en una comunión nunca vista en otro deporte? Más allá de cualquier posible respuesta, nadie puede dudar en algo cada día más visto: personas de todas las edades enfundadas en ropa (a veces de colores estridentes) que van de un lado al otro a través de la fuerza de sus zancadas. No se trata de un ritmo determinado. No. La velocidad, la cadencia y la zancada pueden servir para que un especialista defina si un corredor cualquiera lo hace estéticamente bien o no. Pero estilos al margen, correr convirtió la vida de miles de personas en un espacio de superación, de mejora y también en un lugar para relacionarse. Para vincularse. Allí radica buena parte del éxito de un deporte sencillo de practicar dado que la mejora es tan rápida como el entusiasmo de quien lo realice. “En mi caso estaba aburrido de ir al gimnasio, de su encierro principalmente. Cada día encontraba una excusa más para no ir. Hasta que un día decidí salir a correr alrededor del Parque y desde ese día no paré más”, dice Federico Quiroga, de 24 años, mientras toma un largo sorbo de agua en una de las pocas canillas que quedan sin romper en el perímetro del Parque Chacabuco. “A veces me animo a ir a la pista, pero todavía me da un poco de cosa, de vergüenza porque no soy un atleta”, agrega. Y se responde: “Igualmente, esta pista es pública y, por eso, es de todos. Pero a veces está colmada y se hace difícil correr ahí”.

Más allá o, mejor dicho, más acá y a metros de la nueva pista del Chacabuco, Diana Casse, de 52 años, explica: “Deportivamente, correr, me ordenó. Si bien siempre hice deporte o intenté hacerlo pero desde que empecé a correr, organizo la semana, mi semana, casi de acuerdo de lo que tengo que hacer de entrenamiento para poder hacerlo o intentar hacerlo”. Y añade: “Socialmente conocí mucha gente. Algunos son apenas conocidos pero, por ejemplo, a partir de correr conocí a quien se convirtió en mi mejor amigo. Empezamos a conversar vía Twitter y después el contacto se hizo frecuente, real y cotidiano a partir de que coincidimos en el mismo grupo de entrenamiento. Hoy lo veo más allá del grupo y conozco mucho a su esposa y a su hija, a quien adoro y veo cada vez que puedo. Además, tengo un grupo de amigos que hice a partir de correr con quienes nos solemos juntar más allá de un entrenamiento o de una carrera. Creo que socialmente me ayudó un poco porque amplió mis amistades porque me cuesta relacionarme y confiar en la gente. Y correr no sólo me dio confianza en mí misma sino que me significó empezar a confiar en el otro”.

El caso de Casse no debe llamar la atención. El running es una actividad que, inicialmente, aparece tan democrática como asequible o realizable más allá de la mera performance que tenga el corredor. Correr, en muchos casos, ayuda a generar las famosas hormonas de la felicidad, también conocidas como endorfinas que, científicamente, son sustancias producidas por el cerebro con una estructura muy similar a la de los opiáceos (morfina, opio, etcétera) pero sin sus efectos adversos. Estos químicos naturales actúan como potentes analgésicos y estimulan los centros de placer creando situaciones satisfactorias que contribuyen a eliminar el malestar. Correr también ayuda a sociabilizar, a encontrar grupos de pares o de pertenencia para personas que, muchas veces, se sienten al margen o ya no tienen la motivación de vincularse con sus amigos de toda la vida. “Abraham Maslow, en su Teoría sobre la motivación humana, ordenó jerárquicamente las necesidades humanas y su satisfacción en el camino hacia la autorrealización  y el desarrollo personal. En ese ordenamiento, ubicó en el tercer lugar en orden de prioridad a la necesidad de filiación, es decir el sentirse parte de un grupo social. Resulta que, en el proceso subjetivo de búsqueda, reafirmación y construcción permanente de la identidad; el establecimiento de vínculos sociales con otros se torna de vital importancia. Y muchos de esos contactos se dan en el seno de un grupo. El hecho de pertenecer, sentirse y formar parte de un grupo constituye procesos fundantes en esa construcción”, detalla la psicóloga María Victoria Amerio (MN 35.947). “El fenómeno y valor de los denoninados running teams o más amplio aún, “la tribu de los runners”, no escapan a esta explicación. Como en todo grupo social, entre sus integrantes se generan mecanismos de identificación a partir de, al menos, un punto en común que podemos citar fácilmente en este caso en particular: el valor del running/deporte para cada uno de sus integrantes. Seguramente, luego se generarán subgrupos y fortalecimiento de ciertas relaciones por sobre otras dentro del grupo total motorizadas por el encuentro con otros aspectos compartidos: intereses, historias familiares, inquietudes, afiliaciones políticos, recorridos profesiones, etcétera. En ese sentimiento de pertenecer a estos grupos – con el cual el sujeto se identifique y desde el cual puede ser identificado- y en el establecimiento de vínculos con otros semejantes, el ser humano va dotándose de herramientas que le permiten construir, deconstruir y reconstruir su identidad y proyecto de vida”.

Por su parte, Victoria Roselli Rivarola, corredora de 37 años que suele entrenarse en la plaza del Congreso cuando no asiste a su grupo Locos X Correr, dice: “Empecé a correr en marzo de 2017 sólo por curiosidad para saber qué era esto de correr porque veía a muchas personas haciéndolo y no entendía por qué, hasta que empecé a hacerlo. Es como un viaje de ida súper lindo, saludable. Corro porque me gusta y porque me genera lindas sensaciones mentales como físicas, me mantiene saludable. Encontré en correr más que nada un hábito y me gustaría correr hasta que sea viejita. Espero este año poder correr mi primeros 42k y para eso me estoy entrenando. Es un camino hermoso que me hace bien día a día”.

El caso del quilmeño Sergio Colletti, 41 años, no varía demasiado de los anteriores testimonios. Su vínculo con el deporte es desde que tiene memoria, pero la raíz simbólica de correr lo marcó, al parecer, para siempre. “Si bien siempre me gustó hacer deportes, a partir de junio de 2018 me volqué a esta locura linda de correr y me enganché con un grupo y los resultados cada vez fueron mejores y eso hace que uno siga enroscado en toda esta cultura. Me hace bien, no sólo a la salud, uno corriendo se desintoxica y se desenchufa de los mambos que tiene durante el día. El hecho de no tener el celular encima, sirve para desconectarte un poco, por un rato de todo”, detalla.

Más allá de la motivación o del motivo por el que una persona empezó a correr, las miles de historias que se cruzan cada día en la calle, en una plaza, un parque o donde fuera, correr implica hacerlo con responsabilidad, propia y ajena. Propia, porque quien hace una actividad así debe saber cómo está su cuerpo antes de embarcarse en cualquier tipo de carrera o competencia. Y ajena, porque en toda esta tribu los entrenadores ofician no sólo como docentes sino como reguladores de las ansias por correr.

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