En los Juegos Olímpicos de Helsinki 1952, el atleta checo logró el increíble récord de tres medallas de oro. Comenzó a escribir su propia leyenda de casualidad.

Empleado de la fábrica de calzados Bata, en la antigua Checoslovaquia, el joven Emil se vio obligado a competir en la carrera anual que la empresa organizaba. Desganado y casi sin esforzarse, quedó en segundo lugar. Lo hizo con un estilo extraño, casi desarmado, pero con enorme eficiencia, y fue suficiente para que sus compañeros obreros lo impulsaran a anotarse en otras carreras. Era 1941 y Europa estaba en plena Segunda Guerra Mundial (y su país estaba ocupado por los alemanes).

Cuidando de no perder días de trabajo, Emil comenzó a correr, creando incluso su propia forma de entrenamiento, que consistía en ir haciendo distancias cortas y así aumentar de forma gradual la velocidad. Frente a las penurias de la guerra, estaba convencido de las posibilidades que podría brindarle una carrera como atleta, y a ella se abocó con tesón y disciplina.

Logró su primera marca como profesional en 1944, pero se dio a conocer realmente durante los Campeonatos de Europa en 1946, cuando llegó quinto en los 5000 metros. Por ese entonces, había abandonado la fábrica y estaba enrolado en el ejército, donde alcanzaría el grado de coronel. Dos años más tarde, se llevaría el oro con récord mundial en los 10.000 metros de los Juegos Olímpicos de Londres 1948, además de la plata en los 5000. Y si bien en los cuatro años que separaron aquellos Juegos de los de Helsinki batió varias plusmarcas más, fue allí, en los Juegos  de 1952, donde se ganó el mote de “la Locomotora Humana” para dejar su huella en el atletismo mundial. Comenzó ganando los 5000 metros con una nueva marca mundial, superando a su eterno rival y amigo, el francés Alain Mimoun, y corriendo el último tramo con un público enfervorizado que coreaba su nombre. Continuó revalidando su título de los 10.000 metros con una ventaja de 15 segundos sobre el mismo Mimoun. Y unos días más tarde, corrió por primera vez el maratón, en el cual su competidor sería el –hasta entonces– imbatible británico Jim Peters.

Logró vencerlo con una marca que representaba un nuevo récord olímpico, dándose incluso el lujo de ironizar luego con que se había aburrido bastante. El resultado de la epopeya fue un triplete que ningún atleta pudo igualar. Con el mismo estilo desarmado de su corrida inicial, con los brazos pivotando, el torso torcido y la boca abierta para procurarse aire, puro tesón y esfuerzo, a Emil Zátopek una semana le alcanzó para pasar a la historia.

En los años siguientes continuaría batiendo récords y ganando carreras (entre 1948 y 1954, salió victorioso 38 veces consecutivas en 10.000 metros, entre otros logros), afianzándose en una trayectoria de deportista de elite que hacía rato lo había inscripto en el Olimpo de este rubro. Es que, para él, correr era vivir. Como declaró alguna vez: “Si quieres ganar, corre los cien metros; si quieres experimentar la vida, corre maratones”.

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