En la historia de la maratón subyacen miles de anécdotas. De hecho, cada corredor representa una historia única e intransferible. Si bien la distancia actual (42,195km) comenzó a disputarse recién a partir de 1908, en Londres, en la primera versión moderna de los Juegos Olímpicos, en Atenas 1896, participaron 18 atletas (13 eran locales) en un recorrido de casi 40km. En aquella época poco se sabía de preparación. Mucho menos de las largas distancias. La hidratación y la alimentación no eran aliados imprescindibles para mantenerse en carrera.

En el comienzo de la prueba, el domino era extranjero. La información que llegaba al estadio Panathinaiko, a través de mensajeros que iban y venían en caballos y en bicicleta, no era alentadora para los 50.000 griegos presentes. Cuatro de los cinco extranjeros dominaban la prueba. Pero a la altura del km 32, el francés Albin Lermusiaux se desmayó y dejó al australiano Teddy Flack como líder, seguido muy de cerca por Spridon Loius, un joven pastor heleno de 23 años. Antes de ingresar al estadio, Louis pasó a Flack, quien en estado de deshidratación colapsó y también abandonó, para convertirse, con una marca de 2h58m50s, en el primer campeón olímpico de maratón. Por cierto, muy lejos de la vigente plusmarca mundial (2h2m57s) pulverizada en el maratón de Berlín por un tal Eliud Kipchoge.

Detrás de Louis aparecieron otros dos atletas locales. Charilaos Vasilakpos, que llegó 4 minutos después, y Spiridon Belokas. Este último es la síntesis del primer maratonista tramposo. El primer desclasificado de la historia. Su treta salió a la luz cuando el húngaro Gyula Kellner, que iba tercero, presentó una protesta formal porque afirmaba haber visto a Belokas subirse a un carruaje para sobrepasarlo. Con ese ardid, el atleta embustero se bajó a falta de un puñado de kilómetros del estadio olímpico e hizo su entrada triunfal. Según los relatos de la época, la indignación de los compañeros de equipo de Belokas fue tal que se arrancaron el escudo nacional de su remeras, y el propio rey Jorge le regaló a Kellner su reloj de oro, en clara señal de desagravio. De esta manera, Spiridon Belokas pasó a la historia como el primer tramposo del olimpismo moderno. Algo que no se aleja de la realidad. Sobran los casos. Incluso, en la Argentina.

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