Dicen que terminar un maratón te cambia la vida
Esta es la experiencia de Alejandro Asprella, un corredor que a los 61 años decidió animarse a correr los 42K de Nueva York y nos cuentes que terminar un maratón te cambia la vida
Dicen que terminar un maratón te cambia la vida.
Después de muchos años de terapia me he vuelto algo incrédulo en los grandes y rápidos cambios vitales. Ya no creo, si alguna vez creí , en los milagros y se que los cambios lentos y trabajosos son los reales y permanentes. Sin embargo, trataré de reflejar en algo lo sucedido en estos dias que , sin lugar a dudas, ha sido una gran experiencia y un hito más en mi historia personal.
La maratón de 42 km no es la carrera más exigente si pensamos en triatlones , ultra maratones… y sin embargo parece tener un valor simbólico y representar un límite que divide en dos el campo del running. Un límite a partir del cual (y solo si) se puede comenzar a pensar en distancias significativas. La llave o la puerta que abre nuevos horizontes.
La experiencia running tiene un gran poder transformador que es previo a la idea de correr un maratón y que es independiente de esta meta. Ya el entrenar sistematicamente y participar en algunas carreras implica haberse involucrado en esta dinámica que pide cada vez más.
Comencé con esto del running hace cuatro años y sin querer.
Más o menos a los 40 descubrí que era hipertenso y gozaba de un colesterol elevado que me hacían pasar de largo la hoja de los análisis en el sector que indicaban el valor del “riesgo aterogénico”: siempre altísimo !.
Esto, sumado a mi sobrepeso (20kg) era una bomba de tiempo silenciosa generando por años , una y otra vez el reclamo estéril de mi cardiólogo por un cambio de vida y de hábitos.
Sólo cuando aparecieron unos síntomas visibles preocupantes percibí que había llegado el momento de hacer algo.
Comencé ( a los 57) caminando en la cinta unos veinte minutos diarios y luego al ver que mejoraba lentamente mi peso fui aumentando timidamente hasta que un día por casualidad me encontré trotando en la vereda de mi casa … y otro en el parque… y otro en el Bosque … y otro en una carrera corta… y otro entrenando con Diagonales Running Team…hasta el 2014 en el que competí en 32 carreras y salí campeón anual en mi categoría en el Grand Prix local.
Un paso llevó al otro y aquello que nunca , siquiera, había sido pensado como sueño o como posibilidad apareció ahí: correr los míticos 42.195 km de la maratón y en la ciudad de Nueva York.
Con algo de pudor hice las consultas del caso y no por último para corresponder tambien a las preocupaciones familiares : “… no será demasiado, no te estás excediendo ?…”
El entrenador ya me había dicho que era posible mediando una buena y exigente preparación y que los antecedentes de mis carreras , entre ellas varias medias maratones y una de 30km, hablaban a favor de la posibilidad, pero que era necesario el visto bueno médico.
El cardiólogo, ya me había mirado con cara fea cuando un año antes quise hacer la primera media maratón por lo que no necesito explicar su gesto de ahora: “ estás haciendo más de lo que te indiqué , con unas carreras de 5 y 10 km ya estaría satisfecho, pero más… es tu responsabilidad”. Le propuse incorporar la consulta a deportólogo y nutricionista para demostrar que no hacía caso omiso a su consejo, pero que finalmente no abandonaría la idea.
La nutricionista deportóloga a quien visitaba por primera vez me preguntó la edad. , me miró de arriba abajo (noté que evaluaba todavía algún exceso de kilos en mi abdomen) y me dijo laconicamente : “correr una maratón? …o mejor correr y caminar …? Y además con el estrés de un país extranjero …?”
El ambiente no era del todo favorable y me preanunciaba que iba a tener que trabajar duro en todos los aspectos : entrenamientos, cantidad de evaluaciones médicas y de laboratorio, preparación mental , cuidado ascético de la ingesta de alimentos y bebidas y los kilos a bajar, toma religiosa de los medicamentos crónicos y lo que era más difícil mostrar seguridad ( la que yo no tenía) a mi entorno para tranquilizarlos.
También fue tema de consulta en el diván, en donde encontré, como corresponde , más preguntas que respuestas.
La decisión estaba tomada pero todas las advertencias indicaban que no había que estar ansioso ni apresurado y que daba lo mismo una maratón que otra.
Sin demasiadas expectativas, como tanteando, me anoté entonces en el sorteo de febrero para Nueva York pero no me sonrió la suerte en ese momento. Tuve luego que ver la posibilidad de concretar con una agencia de viaje local vinculada a la organización, pero cuando vencí la indecisión ya se habían agotado los cupos disponibles. Seguí tranquilamente mi preparación y cuando ya había renunciado a la posibilidad me avisan que había aparecido un plaza vacante. Era un jueves y justo ese domingo corría los 30km de La Plata. Pedí que me la reservaran hasta el lunes para evaluar cómo saldría en la carrera, lo que me daría un indicio de mi preparación. Hice la carrera de 30k cómodamente en 2h 45min. y salí segundo en mi categoría. Me tiré de cabeza !
Los tiempos previos exigieron una vida espartana y un claroscuro mental fluctuando entre el optimismo y el temor
Mi entrendor era el constante receptor de mis logros y frustraciones durante toda la preparación. Cualquier mejora era una confirmación de la decisión pero fundamentalmente los fallos me querían convencer , con autoridad de lo contrario.
Finalizando la preparación , una semana antes de la carrera anoté estas ideas :
“La preparación pasó casi sin darme cuenta. Incluso en algún momento me pareció que la carga era exigua y no me sentí entrenando en forma extraordinaria , pero me he confiado a mis entrenadores y en definitiva no hice más que cumplir con lo establecido y debo confiar que ese plan es el más apropiado a mi situación edad y preparación. El resultado mostrará o no lo acertado de este plan.
…en las últimas semanas la cabeza ha girado todo el tiempo en torno a este evento y ha invadido mi sueño.
Es algo desacostumbrado en la vida de un adulto mayor, donde los acontecimientos cotidianos en general ( y salvo los graves) ya no nos impactan demasiado, que un hecho nuevo pueda movilizar de tal modo las pasiones.
Es mi primer maratón, a los 61 años . Me siento rejuvenecer en esta empresa y me reencuentro con la posibilidad de un giro, de algo nuevo e inesperado que estimula y da nuevos sentidos a la vida cotidiana.
La preparación no ha sido solamente el entrenemiento físico y las mejoras en los hábitos alimentarios …
sino también hubo una tarea de trabajo mental psicológico, importante en un doble sentido.
Primero, juntando y repensando la experiencia de las tantas carreras en las que sabemos que la cabeza nos juega muchas malas pasadas haciéndonos ver el medio vaso vacío, el no puedo más, los bajones de rendimiento , la distancia imposible a la meta, etc. para superar con pequeñas trampitas esas lineas de pensamiento negativo.
Luego, tratando de encontrar también las razones inconscientes que aparecen en esta jugada aislando los síntomas paralizantes y potenciando los liberadores que nos comunican con nuestros genuinos deseos más profundos…
Viajamos cinco días antes para hacer un buen aclimatamiento. Me acompañó en el viaje mi hijo Santiago , un apoyo logístico fundamental por su inclinación al deporte y porque solemos entrenar juntos en Diagonales Running Team.
Nos alojamos en un hotel en pleno centro de Manhattan a metros de Time Square.
Compartimos vuelo, hotel y organización con un grupo de argentinos de la misma agencia de viajes que también participaban de la maratón.
El retiro de kit se realizó en el Jacob Javits Convention Center. Un edificio espectacular de vidrio y acero.
La organización impecable: en unos minutos sin apretujamientos ni colas (más de 50.000 incriptos !) pude tener mi dorsal y remera. Como siempre, la expo estaba adosada , tan grande como el edificio de La Rural , invitaba a un shopping deportivo extremo, al que nos sometimos gustosos con Santiago ( lo sufrimos luego en la caja!).
“Five boroughs” es el nombre propio de la Maratón de Nueva York .Los cinco distritos que componen la ciudad de Nueva York: Staten Island, Brooklyn, Queens, Bronx y Manhattan son recorridos por la carrera.
Cada distrito es virtualmente una isla por lo que hay que recorrer cinco puentes (lo que a la larga no será sólo un detalle). La largada opera del lado Fort Wadsworth del puente de Verrazano-Narrows.
Los dorsales tenían una cierta complejidad por la información que contenían.
Para organizar la largada y , en atención que son más de 50.000 corredores, existen cuatro diferentes horarios ( Waves ) y desde tres sectores (corrales) también diferentes ( Naranja, Azul y Verde) y además cada sector/color dividido en seis espacios (A,B,C,D,E,F ).
Así, mi dorsal indicaba el N° 44961 que correspondía al horario de la “ola” 3, corral naranja, subsector B.
Los tres colores accedían a diferentes sectores del puente: mano derecha, mano izquierda y carril inferior. Recién más allá de los tres km los tres sectores se unían en una gran avenida, ya en Brooklyn.
El viernes anterior a la carrera ( domingo) fui a trotar al Central Park y me sorprendió la organización que montaba aceleradamente instalaciones, cartelería,etc. Y un gran movimiento de aficionados que trotaban y tratábamos de ver y “visualizar” los últimos metros del recorrido, en un intento desesperado por bajar la ansiedad y nerviosismo de las últimas horas.
El Central Park impactante, mostrando variedad de colores en este otoño avanzado.
El día de la carrera
Me levanté nervioso y con gran excitación y con un error en la fijación de mi despertador que me hubiera hecho perder el micro del traslado. (Esa noche se cambió al horario de invierno y atrasé una hora mi teléfono el que luego automáticamente también se atrasó otra)
Me tocó salir del hotel con el micro de las 6.30 hs. desde Times Square hacia el sur de Manhattan (un par de cuadras del ground zero) donde está el puerto para tomar el ferry hacia Staten Island.
Luego del ferry otra vez un micro hasta el lugar de la largada.En total el traslado desde el hotel hasta la largada implicó más de tres horas, considerando también sectores de
caminata , controles de seguridad, colas para los baños, colas para entregar la ropa que debíamos descartar, colas para acceder a los corrales ,… el tiempo pasó y llegué bastante justo a mi corral que se cerraba una hora antes de la largada.
Al inscribirse a la carrera uno debía optar entre dejar las pertenencias en un camion de correo junto a la largada (lo que otra vez implicaba largas colas al principio y al final) y retirarlo a la finalización, o simplemente descartar la ropa antes de largar (ésta se juntaba y luego se entregaba a grupos de caridad) y recibir entonces al final de la carera un “poncho” (capa celeste) para abrigarse. Opté por la segunda con lo que tuve que descartar la ropa de abrigo que llevaba (me había puesto ropa ya gastada). Esos días habían sido muy fríos, aunque el día de la carrera fue amable (me sobró abrigo).
En el predio de espera, en la punta del puente se ofrecía café, facturas, agua, geles, etc y se veía a cantidad de personas esperando acceder a los corrales en sus respectivos horarios. Como dije, esto le pasó a la mayoría, pero en mi caso no pude ni sentarme ya que llegamnos con horario justo.
Con mi nutricionista habíamos preparado una ingesta durante las últimas tres horas que se me vió alterada por el traslado tan largo y porque mientras viajaba fui charlando con gente del montón como para aflojar la tensión y distraerme. Me encontré con que no había respetado los horarios y se me vino la hora encima con lo que terminé comiendo (y compartiendo) turrones, vauquitas en cualquier órden y desorganizadamente. En el apuro de la llegada se me quedó un sobrecito de sal que había dispuesto para la parte final de la carrera. Para refuerzo llevé varias gomitas energéticas.
El hecho de que prohibieran el uso de mochilas de hidratación me quitó una herramienta a la que me había acostumbrado para largas distancias y luego lo noté.
Avanzamos finalmente hacia el acceso al puente Verrazano desprovisto del abrigo. Mantuve unos guantes, un cuello y una vincha (para frenar la trnspiración en los ojos) que luego al subir la temperatura me molestarían en toda la carrera.
Por estar en el sector B me posiciono muy cerca de la línea de largada para evitar aglomeraciones.
Por los altoparlantes indican, luego de un saludo, que se está próximo a largar. Luego el himno“a capela”, los músculos se tensan, torrente de adrenalina y la sensibilidad a flor de piel: tantos meses de preparación, de esfuerzo y de expectativa se cristalizan en ese momento…
De golpe un cañonazo, me corre un escalofrío por la espalda, y comienza a resonar la voz de Frank Sinatra cantando New York, New York…
La subida al Verrazano es impresionante por lo larga, por la altura de sus pilotes y por el perfil inconfundible de los edificios de Manhattan a lo lejos. Abajo un barco saluda con chorros de agua y por encima helicópteros siguiendo en todo momento la carrera.
En los primeros 1500m hay que trepar algo más de 50m de altura (largo total del puente 3km) y eso ayuda a morigerar el ímpetu inicial, forzando a un ritmo ralentado.
En el puente no hay público , sólo corredores. Reina un silencio sobrecogedor, litúrgico y solo se escucha el golpeteo ronco de las zapatillas. Hay algo atávico , arquetípico, en esos momentos que nos identifica con el mito de Filípedes y nos sumerge en la épica de su batalla.
Todo el mundo concentrado, tratando de escuchar las primeras sensaciones del cuerpo y sintiendo como el nerviosismo inicial se va disolviendo lentamente. Cada cual busca internamente su ritmo , cambiar el aire y encontrar el régimen ideal de marcha programado.
De a poco aparecen los “dolores circulares”: molestias que aparecen y desaparecen aquí y allá generando algún temor momentáneo que se va evaporando ni bien “tomamos temperatura”.
La pendiente inicial, promediada en su longitud, no se siente. La fuerza y el optimismo permanecen intactos al final del puente.
A la bajada del puente (ya en Bay Ridge- Brooklyn) termina este tiempo de concentración, interioridad y retiro ya que en la primer avenida comienza a aparecer el bullicio de la gente y la música en vivo (pequeñas y grandes bandas todo a lo largo del recorrido).
Ahora si, luego de los primeros kilómetros recorridos y el motor en temperatura, comienza una fiesta.
El fenómeno de la gente es digno de analizar ya que no tiene antecedentes (en esa envergadura: calculaban un millón de personas) en otros lugares y muestra comportamientos extraños cuyas motivaciones no nos es fácil imaginar. Tal como si se tratara de fanáticos hinchas de futbol, solo que acá no había contrincantes.
Se trataba de un domingo a la mañana y resultaba curioso ver a familias enteras pasando horas junto a la carrera para tener algún contacto con los corredores. Una fiesta popular.
Exaltados, gritaban el nombre de los corredores y extendían la mano para chocar “los cinco”
Había leído de ese fenómeno y de que convenía inscribir el nombre en la remera. Como mi nombre es largo y no resulta fácil para la dicción inglesa (por la “J”), preferí poner Argentina (para el caso daba lo mismo y era más sencillo). Además descubrí a posteriori que generaba también la adhesión de muchos latinoamericanos que formaban parte del público.
Este aliento, en algún caso desaforado se repetía sin cesar a cada paso, lo que obligaba a retribuir con un saludo o una guiñada de ojos.
Algunos ofrecían agua, frutas, miel, golosinas,… la organización había advertido, en un exceso, de no recibir cosas del público por seguridad y aprovisionarse solo en los puestos de hidratación de la carrera.
Mostraban muchos carteles curiosos: “si lo tocás te da power” (y te lo acercaban para que lo chocaras con la mano), “tocá la mascota que te da power” (mientras te extendían a un pobre perro asustado),
“sos nuestro orgullo “, “sos un héroe”, “besos gratis”…
Hasta los chicos estaban involucrados para saludar y tocar a los atletas. Detalle curioso ya que las culturas anglosajonas suelen ser distantes al contacto físico (abrazos, besos) y está mal visto que alguien te toque en la calle, especialmente hay una distancia respetuosa frente a los niños. No era éste el caso.
Un cartel (y había muchos con este texto) denotaba un curioso sentido del humor no muy entendible para nosotros y que me perturbaba cada vez que lo veía: “Worst parade ever” (nunca un peor desfile). Buscando en internet verifiqué que había diferentes interpretaciones de esa leyenda que es muy común en las carreras. Aparentemente haría justicia con el dolor del corredor, como cuando nos decimos, llegados ciertos momentos, ¿qué estoy haciendo acá? o trataría de expresar el multifacético y de algún modo patético cuadro de una carrera muy poco estética. En la que se juntan viejos, jóvenes, hombre y mujeres corriendo a muy diferentes ritmos y todos sufriendo en pos de un objetivo lejano. ¡Como sea!
Había que cuidarse de no distraerse demasiado con los que te requerían y merecían la atención y el choque de manos, pero eran miles. En algunas esquinas los bomberos, en otras los policías, colocaban los camiones y saludaban también en fila.
Para los newyorkinos la maratón es una fiesta de la ciudad, se sienten orgullosos del evento, lo disfrutan, y seguir haciéndolo es la garantía de permanecer como la maratón más famosa del mundo. En comparación, en nuestro país las reacciones del público son muy tímidas, las expresiones de aliento y la curiosidad se agotan rapidamente.
El entusiasmo y la euforia que contagiaba la gente, también por novedosa, impulsaba a realizar mejores tiempos y daba un estímulo del que era difícil librarse, sobreestimando la capacidad de marcha.
La fiesta había que pagarla más tarde.
Por Brooklyn, Queens y el Bronx, se corre más de la mitad de la carrera.
El paisaje es de barrios comunes con casas bajas de tres o cuatro pisos, tal como vemos en las películas, ofreciendo un contraste interesante y variado al recorrido de la carrera ya que al acceder a
Manhattan aparecen los grandes rascacielos. No es posible aburrirse en ningún momento.
Gran parte del recorrido por Brooklyn se da por grandes avenidas y los diferentes colores de la largada corren separadas por las dos manos. Hasta ese momento no había ningún amontonamiento.
Pero al tomar Lafayette Avenue y de doblar una esquina de 90° entramos en una calle común rodeada de frondosos árboles y al estrecharse empezamos a apretujarnos. También el público con lo que eran un bloque más denso y ruidoso que nunca.
Una curiosidad se da en el barrio Williamsburg- Brooklyn donde mayormente habitan judíos ortodoxos.
En ese sector practicamente no hay público ni música.
Los vecinos van totalmente ausentes y desinteresados en la carrera (no ve gente saludando en la veredas) de modo tal que comienzan a cruzar peligrosamente la calle , con sus pesados y contrastantes atuendos , a riesgo de chocar a los corredores. No saqué la foto pero estuve a punto de ser chocado en situación similar.
Otra situación insólita que nos mantenía entretenidos ( siempre que no nos los lleváramos puestos ! )
Desde Brooklyn se accede a Queens cruzando por el puente Pulasky Bridge que marca los 21km de la carrera. Este puente tiene 860 m. de largo y una altura de unos 20m desde la zona más baja. Una buena vista de los edificios de Manhattan
Donde no había público, por razones de seguridad era en los puentes.
En el km 25 se accede ya al puente Queensboro (o puente de la calle 59) que une Queens con Manhattan. Este puente es muy significativo en la carrera.
Este puente impresiona en varios aspectos, por sus dimensiones, aspecto y la vistas de Manhattan que ofrece.
La pendiente a vencer alcanza casi los 50m en un desarrollo de algo más de 1km.
Tiene dos niveles de circulación y la carrera pasa por el nivel inferior, un verdadero túnel de acero, oscuro y complicado. Ahí se comenzaba a ver corredores que caminaban, otros elongando, algún desmayado en camilla también (la asistencia médica era permanente y muy eficiente en todos los sectores).
Hice bien el trayecto pero las pendientes seguían consumiendo las reservas.
En el puente no había público por lo que a la situación opresiva de ese medio se sumaba nuevamente el silencio, que contrastaba con el resto del circuito.
El puente nos depositaba ya en Manhattan en la First Avenue y faltando cien metros para el final del puente se empezaba a sentir un bullicio enorme, por la cantidad de gente que se había agolpado en ese sector, sin duda el más numeroso, para seguir alentando a los corredores. En este sector habíamos definido con Santiago una esquina para saludarnos , pero por la cantidad de gente fue imposible vernos en ese momento lo que nos generó una cierta tristeza ya que deseábamos ese encuentro y yo especialmente pensando en recuperar fuerza moral para el resto de la carrera ( era el km 27)
El panorama ya había cambiado y pasamos de los barrios a las grandes avenidas y altos edificios de Manhattan. Ese cambio ayudaba a mantener la cabeza distraída ocupada en observar esa gran avenida solo para nosotros los corredores.
La First Avenue corriendo hacia el norte de Manhattan nos llevaba hacia el Bronx (zona que habitualmente sólo se vista con motivo de esta carrera) al que accedimos por el puente (otro más) Willis.
El recorrido en este sector es corto (aprox. dos kilómetros) y finalmente volvemos a Manhattan pasando por Harlem y atravesando el último puente: Madison Av. Bridge.
El puente nos devuelve a Manhattan pero ahora por la Quinta Avenida (Fifth Av.). Estábamos en el km 34.
Ahora empezaba propiamente el maratón.
Este último puente fue crítico para la carrera. En mi caso, al bajar comencé a sentir fuertes dolores en las piernas (los vastos internos junto a los cuadriceps) lo que castigó el ritmo que traía.
El cuerpo se quedaba sin reservas y parecían no alcanzar ni los geles ni las gomitas. Los puestos de hidratación a cada kilómetro se empezaron a llenar de corredores ávidos de líquidos lo que sumado a la cantidad d corredores que caminaban hacía imposible no chocarse.
La Quinta Avenida sube unos 35m, y la parte final en el Central Park también tiene sus pequeñas colinas no significaban una gran pendiente pero en aquella situación de agotamiento… entendí lo que otros corredores en crónicas de carrera, denominaban el “infierno del Central Park”.
Todas las carreras tienen su instancia de sufrimiento y una maratón mucho más.
Fue el momento de comprender el verdadero tenor del maratón y el costo real de haber pretendido ese objetivo.
En ese instante opté por correr por el medio de la calle y evitar de algún modo los gritos de aliento de la gente ya que en mi caso era contraproducente. Que me impulsen y alienten a más, cuando ya estaba al límite de las fuerzas, es inhumano.
Ya sobre el final, corriendo por la calle 59 en el límite sur del Central Park, y faltando unas pocas cuadras, pude finalmente verlo a Santiago lo que fue una gran enoción y un estímulo para las pocas fuerzas que quedaban.
La llegada fue emocionante y el agotamiento extremo contrastaba con la alegría del final aunque los rasgos duros y contracturados del cuerpo no permitían todavía exteriorizarla.
A los poco metros la entrega de la medalla, una capa de papel plateado para aislar del frío y una bolsa con hidratación.
Había que seguir caminando todavía como un kilómetro por el Central Park (hacia el norte), por unos senderos exclusivos de corredores, sin público a la vista, para poder salir al sector donde estaban los familiares (también localizados en sectores). Era, tal como en la partida, una procesión lenta, silenciosa, cabizbaja y meditativa la que avanzaba entre los árboles. Tratando de recuperar el aliento, las fuerzas y también dando paso a la emoción que descargaba más de una lágrima y hacía nudos en la garganta. Cada cual cobijado bajo su capa tratando de hacer conciente, asimilar y capitalizar aquella sensación de esfuerzo supremo y satisfacción por haber entregado todo.
Al salir de esos senderos, (retomamos la 8va. Avenida pero ahora en sentido sur) nos ofrecieron otra capa más gruesa que confortaba definitivamente.
All llegar a Columbus Circle estaban los familiares que pese a estar sectorizados no era fácil encontrarse.
Después de un par de vueltas por fín lo encontré a Santiago y lo abracé por largo rato buscando aferrarme a algo seguro, firme y estable.
Seguimos caminando por la 7a. Av. (haciaTimes Square) hacia el hotel todavía unos quinientos metros.
Rapidamente volvían las fuerzas y se acrecentaba , ya más tranquilo, la satisfacción de la misión cumplida.
La gente te saludaba y felicitaba por la calle como si fuéramos héroes.
Esa noche fue de festejos y por las calles de la ciudad todos los finishers mostraban orgullosos sus medallas en el cuello lo que despertaba infinitos comentarios con quien se cruzara.
Tuvimos un brindis en la confitería del hotel con todo el grupo argentino participante de la maratón, luego fuimos a cenar bien y terminamos con unas Guinness.
Dicen que la maratón de Nueva York no es la más rápida y sin embargo su entorno, su atmósfera, la euforia y exaltación que produce la han hecho la más famosa y la más participada por corredores del mundo entero.
Me alegro de haber sido partícipe de este evento extraordinario y agradezco a todos los que me apoyaron para lograrlo:
En primer lugar a mi familia que me bancan y apoyan (también criticamente) en esta revolución del running.
A los profesionales que me acompañan y controlan, mi cardiólogo, mi nutricionista y deportóloga, mi terapeuta.
En especial tengo que agradecer a Claudio Cuello (y Germán Cuello como entrenadores de Diagonales Running Team) por haberme conducido en el arduo camino de la preparación. Aportando el conocimiento técnico y sabiendo regular las euforias y los desalientos de las rutinas, ofreciendo personalmente siempre una voz mesurada de aliento.
También a los chicos del grupo ya que en el esfuerzo individual vale mucho lo comunitario y el espíritu de cuerpo que se genera que ayuda en los momentos de desgano .Poder compartir con otros el esfuerzo de los entrenamientos (y cuando no, el frío de las noches en El Bosque) alienta y es un estímulo para seguir.
*Aclaración para evitar confusiones y la usurpación de espacios y roles que no son propios. *
No corro porque me considere un atleta (que no lo soy) ni porque tenga una vocación pura y desinteresada en el deporte (como algunos amigos sí la tienen), sino porque:
…me estimulan los desafíos, mantengo a raya mis dolencias crónicas, me sostiene la autoestima, me descubre nuevas posibilidades y límites de mi cuerpo, me sirve para conocer y compartir con otras personas, puedo ver las ciudades y paisajes desde otro punto de vista, me libera la mente,…
…me hace sentir vivo,… ¡sólo por eso!