Transformando el dolor en acción
Esta es la historia de Gastón Paquiri, quién decidió transformar en amor y acción el dolor de la muerte de su abuelo, Mateo.El domingo corrió los 10 K en la Costanera de Vicente Lopez en honor a su abuelo.
Hace pocos días atrás se cumplió un año desde que se fue y le hicieron una misa. Gastón no fue, porque no cree en las misas. Se enteró que se realizaría una carrera en Vicente Lopez y enseguida se anotó y lo tomó como una forma de recordarlo haciendo algo que le gusta y lo hace sentir bien, recorriendo las calles en las que Mateo vivió y recorrió por tanto tiempo.
Un tal Juan, Don Juan
Su nombre era Mateo pero como no le gustaba se hacia llamar Juan, con él aprendimos a andar en bicicleta, a pescar, a jugar al tejo y al tenis y cada vez que íbamos a su casa nos esperaba con un juguete nuevo; el pinguino o el caballo de madera y el salta salta.
Su niño interior se expresaba a cada momento y en las reuniones familiares siempre se sentaba en la mesa de los jóvenes, porque en la de los grandes se aburría.
A casa venia los días miércoles trayendo bajo el brazo arroz con leche y bizcochos con formas de pato y conejo y con mi hermano volvíamos contentos del colegio porque rabiamos que nos íbamos a encontrar con él.
No aceptaba las malas palabras en la mesa aunque con el tiempo se le escapaban algunas.
Cosa que hicieras, siempre buscaba la manera de explicarte como la podrías haber hecho mejor.
Un pequeño peine negro y un pañuelo de tela eran sus armas de seducción y así se conquistaba a todas las chicas del barrio,las que se cruzaba en el colectivo o en el supermercado.
En el Centro Recreativo de 3ra edad de Vte. Lopez al que iba le dieron el diploma al mejor amigo…
Tomamos unos mates? te decía cuando ibas a verlo, y era sabido que era azúcar con un poco de yerba pero compartirlos con el era lo único que importaba.
Cada vez que nos despedíamos lo abrazaba fuerte, y le decía te quiero y sus brazos colgaban rígidos al costado del cuerpo entonces, le decía “abrázame como si me quisieras” y enseguida tenia sus brazos apretándome tan fuerte que casi no me dejaba respirar y esbozaba un “sos una sin-vergüenza”
Siempre supo que lo de sin-vergüenza y lenguachuda lo aprendí de él, igual que muchísimas otras cosas que quedaran siempre grabadas a fuego en todas las personas que hizo inmensamente feliz con su ser.