Los cuerpos en la cuarentena: el paradigma del running en tiempos de coronavirus
Los ejercicios físicos durante el aislamiento, una mirada crítica desde el campo de la socioantropología del deporte. En una nota en Página 12, las autoras de esta nota se plantean y preguntan a cerca de la angustia de no poder salir a correr.
Por Nemesia Hijós y Julia Hang
¿Por qué muchos de nosotros ocupamos gran parte del tiempo de la cuarentena ejercitándonos? ¿No es posible pasarla de forma más relajada, sin culpas y entregándonos a un ocio improductivo? “Si corro una hora por día no le hago mal a nadie. Lo necesito, lo hago por mi cabeza”, argumentaban algunos corredores en grupos de WhatsApp antes de la disposición del gobierno que decretaba la cuarentena obligatoria. Entre los 250 detenidos el primer día por violar el decreto, el primero fue un runner en La Plata. Según datos de la Subsecretaría de Deportes del Gobierno de la Ciudad de Buenos, se estima que 800 mil personas realizan esta actividad en el país, quienes participan de las más de 80 competencias organizadas cada fin de semana.
Investigaciones en el campo de la socioantropología del deporte han relacionado el running con ciertos lemas del capitalismo contemporáneo. Entre ellos se destaca el de la productividad. El sistema capitalista nos demanda ser productivos en todas las áreas de la vida social, incluida la del ocio y el tiempo libre. La cultura del rendimiento nos propone estar en movimiento, entrenar de forma disciplinada como un deber individual, que se vuelve ética moral, manteniendo un mecanismo de auto-control y una vigilancia programada del cuerpo. Relojes que registran kilómetros, aplicaciones que cuentan pasos y calorías quemadas, monitorizan el descanso para hacernos “más eficientes”, y por tanto, más productivos; tecnologías que cuantifican ofreciéndonos estímulos desde la gamificación (sistemas de puntos y niveles, rankings, misiones, competencias, recompensas) para que “nos animemos” y rindamos más.
Ante la pregunta de muchos runners si pueden salir a correr en tiempos de confinamiento, la respuesta viralizada en forma de meme fue “Corré en tu living, pelotudo”. Una invitación que, apelando al sarcasmo y la ironía, fue tomada de forma literal por los autodenominados runners. “Si hay voluntad, podés lograrlo”, decía el epígrafe de una foto compartida en redes sociales por uno de ellos, quien orgullosamente comentaba su hazaña: completar 10 kilómetros corriendo del dormitorio al living. Muchos replicaban la propuesta, incluso en monoambientes, bajo la popular consigna #MoveteEnCasa. Porque la cuarentena puede paralizar la economía, las salidas, los abrazos, pero nunca debería parar nuestros cuerpos, siempre listos y dispuestos a adaptarse a cualquier contexto, en un mundo en el que superar la adversidad es superarse a sí mismo.
Correr es para los runners es una acción moral y moralizadora. La investigación etnográfica que realizamos da cuenta del sentido subjetivo que tiene preparar una maratón, y el impacto en términos morales que implica superar los 42,195 km para aquellos que lo logran: convertirse en runner es transformarse en alguien mejor. ¿Mejor que quienes? Que aquellos que no se superan a sí mismos, que se rinden, que no tienen objetivos, o que se entregan a un ocio improductivo. Así, estas publicaciones en las redes sociales que son objeto de burla por parte de la comunidad no runner, no hacen más que mostrarnos la racionalidad en la que se insertan; de la cual quizás el mundo runner sea sólo la punta del iceberg, la expresión más evidente, aunque no se limita solamente a ellos. El estado de excepción que crea la pandemia actualiza un mecanismo: saca a los runners de las calles y los recluta en sus livings, convirtiéndolos en cumplidores a rajatabla del mandato que indica: no importa cómo, Just Do It.
El distanciamiento social obligatorio impulsó la creatividad de entrenadores, coaches, futbolistas y referentes de marcas de indumentaria que acompañan la angustia colectiva desde el mundo virtual con un único objetivo: seguir activos. Y aquellos que sí pueden realizar la cuarentena –y quedan excluidos de ir a trabajar– la compartirán con el resto del mundo a través de challenges, retos y desafíos que se viralizan en las distintas plataformas. Miles de rutinas comenzaron a circular por los grupos de WhatsApp, combinadas con vivos de Instagram: yoga, zumba o abdominales. Todo vale. Recetas para ordenar la incertidumbre, donde las recomendaciones del gurú fit del momento se mezclan con la de algún reconocido cardiólogo, la mega estrella de tal club europeo o el profe de gimnasia del colegio de nuestros hijos. Ante el desconcierto, la legitimidad de los saberes se multiplica. Ya no hay un verdadero saber. La mejor rutina es la que se adapta a lo que puedo hacer ahora: en mi microdepartamento, donde sólo necesito una colchoneta o algo que haga de ella.
Vivimos moldeados por la circulación de imágenes que prescriben modos de ser y cuerpos en movimiento. A través del deporte, la adopción de determinados estilos de vida y otras prácticas de consumo proponen la gestión del cuerpo. En el camino hacia una “vida más saludable”, la necesidad de transformar el físico suele ser pautada en las plataformas (como Instagram y YouTube) por “los gurús del fitness” y deportistas profesionales, aunque también por “personas comunes” elegidas por las marcas: fitfluencers que se presentan como amigos e imparten consejos para seguir un estilo de vida que gira en torno al fitness, incitando el consumo de ciertos productos y actividades y a la vez fortaleciendo tendencias basadas en estereotipos hegemónicos del cuerpo moderno y atractivo. Los consejos de estos emprendedores están atravesados por los mandatos de empoderamiento, desafío y superación.
La pandemia habilitó la emergencia de nuevos influencers locales, menos adaptados a los mandatos de las bellezas hegemónicas y más arraigados en una lógica solidaria, producto de la urgencia de la crisis: instructores de gimnasios barriales se animaron por primera vez a realizar streamings desde sus casas. Un living con manchas de humedad, un perro que se cruza por la cámara o un hijo llorando de fondo, no son obstáculos a la hora de ofrecer a sus alumnos y amigos deseosos de mover su cuerpo durante el encierro, una rutina que les permita seguir ejercitándose, de la mano de una cara amiga, con palabras de aliento.
La oferta abrumadora potencia algunas figuraciones de la gubermentabilidad neoliberal: el ethos emprendedor viene a demostrar que el poder interviene vigilando, controlando y moviendo a las personas desde adentro. Just Do It; Impossible is Nothing, dicen las marcas deportivas más importantes. Trabajo, voluntad individual, esfuerzo y sacrificio, para mantener un estilo de vida activo, aún en cuarentena. El gran triunfo del capitalismo es haber logrado la disponibilidad de nuestros cuerpos, entrenados alegre y voluntariamente, para ser lanzados al mercado laboral o a la guerra, lo que disponga la ocasión. Pero las grandes firmas no fueron ajenas al estado de situación y, posicionándose desde la responsabilidad social empresaria, impulsaron mensajes como #QuedateEnCasa.
En este contexto, no todas son malas noticias. Si la pandemia llevó esta lógica a su máxima expresión, lo hizo en el marco de lo no planificado, habilitando la emergencia y la visibilidad de otros cuerpos y otras estéticas, diferentes a aquellas que el mercado promueve, aunque en diálogo con ellas. Las redes sociales colaboraron con la circulación solidaria del trabajo de profes, entrenadores y coaches que no dudaron en planificar nuevas rutinas pensando en un otro aburrido, angustiado y preocupado por un futuro que se presenta como incierto. Hoy nos atrevemos a jugar desde adentro, como propone Nike, aprovechando las circunstancias para preguntarnos si es posible transformar algunas de las reglas del juego, aunque sin ser ingenuas, sabiendo que estamos lejos de superar el paradigma de la productividad.
Nota publicada el 30 de marzo de 2020 en el diario Página 12.