Luz Long, el ángel guardián de Jesse Owens que hizo trinar a Hitler
Juegos Olímpicos de Berlín 1936, una de las mascaradas deportivas más grandes de la historia, los lobos nazis se mostraban como ovejas ante el mundo, quizás por la indiferencia de los otros países con el régimen totalitario al mando de Adolf Hitler. Un evento que se hizo con una intención absolutamente propagandística, para demostrar la “superioridad de la raza aria”.
Un atleta que era el estereotipo del ario, Carl Ludwig Long, conocido como Luz Long, blanco, rubio, de ojos azulados y de un metro 84, una especie de Iván Drago alemán. Para los Juegos de Berlín era el segundo mejor del mundo en salto en largo, venía de ser medalla de bronce en los Juegos Europeos de Turín 1934 con un registro de 7,25 metros. El mejor del mundo era el estadounidense Jesse Owens, un afroamericano de 22 años del Estado de Alabama, la antítesis de lo que pretendía Hitler. Para disgusto del Führer, Owens había ganado ya una medalla de oro, en los 100 metros llanos el 3 de agosto, con un registro de 10.3 segundos.
El 4 de agosto fue la competencia de salto en largo, el dictador ya estaba furioso con el primer triunfo del estadounidense en sus Juegos, los Juegos del nazismo. Por eso, Long fue llamado expresamente por Hitler y este le dio claras indicaciones por el bien de la nación. Las órdenes eran claritas: ganar, ante todo, y evitar cualquier contacto con Jesse Owens. Pero el hombre del bigote, acaso más célebre, famoso y deleznable del mundo, no contaba con un detalle, la deportividad y la caballerosidad del atleta alemán.
Long tenía 23 años y era oriundo de Leipzig, formaba parte de una familia de farmacéuticos que pertenecía a la clase alta de la ciudad. A los 12 años ya saltaba en una pista que le habían construido sus papás en el patio de su casa y a los 16 ya conformaba parte del equipo del Club Deportivo de Leipzig. Era uno de los atletas favoritos del régimen y, sobre todo, de Hitler, aunque él no se pronunciaba políticamente, él no coincidía con el ideario Nazi. Un dato que vale la pena dar es que Leipzig fue una de las ciudades alemanas más castigadas durante la Segunda Guerra Mundial, sufrió 38 bombardeos entre 1943 y 1945 y murieron alrededor de 6.000 personas y otras 140.000 perdieron su hogar, por ese entonces, la población de la ciudad era de 700.000 habitantes.
El día de la competencia, el Estadio Olímpico de Berlín (el Olympiastadion) estaba colmado, no entraba un alfiler, los Juegos fueron un éxito en cuanto al aforo en las sedes. Long, en su primer salto, marcó un récord y el arranque de Owens no fue el mejor, la marca para clasificar a la final era de 7,50 metros. Es más, el estadounidense tenía la ropa de calentamiento e hizo un salto a modo de práctica, el problema fue que los jueces ya habían dado la prueba como iniciada y ese intento se lo contaron. El siguiente salto, el segundo, del norteamericano fue nulo, por ende, debía hacer una buena marca en el último para no quedarse sin nada.
Owens tenía mucha presión y fue ahí donde apareció Luz Long como un ángel guardián para ayudarlo. Se le acercó y le preguntó, en inglés, cómo estaba, Jesse le respondió que algo no estaba bien. Ante esto, el alemán le dijo: “Deberías poder clasificar con los ojos cerrados”. Estas palabras significaron un alivio en el estadounidense y, como si fuera poco, Long, no desobedeció a Hitler una vez, sino dos, porque decidió aconsejar a Owens. Básicamente su consejo fue que trazara una línea antes de la tabla para no cometer otro nulo, total con su talento iba a saltar lo suficiente para pasar a la final. Esto para los nazis era darle herramientas al “enemigo”, para el atleta era algo natural, él no creía en la doctrina del nazismo. Dicho y hecho, Owens superó la clasificatoria y se fundió en un abrazo con el atleta alemán.
El día de la final, Owens se colgó el segundo oro de su cosecha de cuatro en esos Juegos. Salto 8,06 metros y quedó a siete centímetros de su propio récord del mundo, conseguido un año antes. Por su parte, Long se conformó con la medalla de plata y una marca de 7,87 metros. En el Estadio había un enorme contraste, por un lado, Long y Owens abrazados dando una vuelta olímpica, con algunos presentes que aplaudían la escena. De la otra punta de la grieta, el público nazi diezmado y Hitler que abandonó, al mejor estilo de un plateísta, para no tener que felicitar a alguien “inferior” a él, como Jesse Owens.
Luz Long siguió ligado al atletismo y fue nuevamente bronce europeo en París 1938. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, ejercía como abogado, los atletas de alto rendimiento estaban exceptuados para ir al frente. Long, de todas formas, se alistó en el ejercito y lo enviaron a Sicilia para detener la invasión de los Aliados desde el sur de Italia. Fue herido en combate y falleció el 13 de julio de 1943.
Luego de su muerte, el Comité Olímpico Internacional (COI) lo condecoró con la medalla Pierre de Coubertin por su deportividad y espíritu olímpico para con Owens. Con él mantuvo una relación mediante cartas, incluso, en el último mensaje de Long al estadounidense le pidió que, en un futuro viajara a Alemania, encontrara a su hijo y le contara sobre su papá. Este pedido lo cumplió en 1966 y conoció a Kai, el hijo de Luz. Este hecho está retratado en el documental “Jesse Owens regresa a Berlín”. Pero lo mejor de esa última carta es el cierre, Long la firmó como: “Tu hermano, Luz”.