Mariano Mastromarino se confiesa antes del Mundial de Londres
Salir a dar todo – Mariano “Colo” Mastromarino, atleta Skecher…
SALIR A DAR TODO
Ser maratonista olímpico no es fácil, el atleta SKECHERS Mariano colo Mastromarino, estuvo preparándose en la altura para un nuevo desafío en su carrera: el mundial de Londres 2017.
Este domingo, el marplatense buscará otro sueño.
Y nosotros lo acompañamos para registrar sus emociones, no te pierdas este increíble video:Publicado por Run Fun en Lunes, 31 de julio de 2017
(CACHI, SALTA).- “Para correr despacio hubieran traído a Molina”. La risa instantánea de Mariano Mastromarino se replica en el rostro de su interlocutor: justamente su amigo Luis Molina. Ahora, los dos atletas olímpicos se ríen al unísono. “Dale que te dejé ganar los 30k de Buenos Aires Sur para que pudieras llegar motivado al Mundial”, responde con fresca ironía Molina.
Las relaciones humanas se nutren de momentos que cimientan la confianza o echan por tierra cualquier vínculo afectivo. El de Mastromarino y Molina empezó en una zona gris, difusa hasta convertirse en una amistad que derribó los muros de la mera competencia deportiva. “Este era un chupa ruedas tremendo. En un Nacional de 10.000 metros en Mar del Plata corrió toda la carrera detrás de Matías [Schiel]. Decí que después ganó Mati. Lo quería matar”, cuenta Mastromarino. “Corría así, ya no. Era más chico. Ahora salgo a correr y corro. Y lo sabés Colo. ¿Cuántas veces te atendí?”, advierte Molina. Este botón de prueba basta y vuelve a enlazar a los atletas en un mar de recuerdos contundentes y claros.
Mientras, el sol baja a orillas del río Las Trancas, un afluente del Calchaquí que en esta época del año es un manso espejo de agua. A metros de allí está la plaza principal de Cachi, la 9 de Julio, un mágico espacio en el que la comunidad cacheña se reúne los sábados al atardecer y los domingos después de la siesta. La pequeña población de los Valles Calchaquíes, con poco más de 7.000 habitantes, es el lugar que eligen atletas argentinos y extranjeros para concentrarse durante tres o cuatro semanas a 2300 metros sobre el nivel del mar con las bondades del denominado doping natural: cuando se está en altitud, hay menos oxígeno, y el cuerpo responde fabricando más glóbulos rojos. Y en el deporte, cuantos más glóbulos rojos se posea, mejor: se corre más rápido un maratón y se resiste mejor. “No es tan fácil estar acá. El lugar es mágico, ofrece una pista y un sinfín de caminos para correr. Pero estar tantas veces al año lejos de la familia hace dura la estadía. Por eso agradecemos cada vez que viene alguien a visitarnos”, sostiene el Colo. Y añade: “Acá tenemos las mejores condiciones para concentrarnos. Estamos alejados de cualquier tentación. Por eso, acá la rutina es casi inmodificable: nos despertamos, desayunamos, entrenamos, almorzamos, descansamos y volvemos a entrenar. Así seis días a la semana y los domingo que hacemos las tiradas largas, corremos en un solo turno”. Claro, la referencia ineludible de Mastromarino tiene como destinataria a su familia. En rigor, a Mariana, su compañera de la vida, y a su hija Morena, la luz de sus ojos. También, por supuesto, se refiere a su entorno familiar. Es que los Mastromarino son una familia numerosa que se junta cada vez que puede con la excusa de una buena comida. “Antes de venir para Cachi le pedí a mi viejo que me hiciera un buen asado. Nos juntamos todos. Ahora, cuando vuelva del Mundial, de nuevo quiero verlos a todos juntos”, explica el atleta de 34 años cuya carrera dio un vuelco de 180 grados en 2014 cuando pasó victorioso el arco de llegada del Maratón de Buenos Aires.
-¿Qué tuvo de especial ese triunfo: la victoria en sí o la forma en la que se gestó?
-Creo que ambas. Fue un día raro y muy especial para mí. No imaginaba quedarme con ese triunfo que me permitió clasificarme para los Juegos Panamericanos de Toronto. Tampoco la forma que tuvo algo de épica inverosímil. Imagínate que uno arranca sabiendo que sus chances de ganar son pocas cuando ve en la nómina a africanos. Ellos, sobre todo los keniatas y los etíopes, indefectiblemente, van adelante y uno debe tratar de llegar lo más cerca posible. Al pasarlos hasta yo me sorprendí pero jamás esperé esa indicación desde el coche guía.
-Revisando distintos videos e distintas imágenes, casi que insultaste a quienes estaban en el coche guía…
-Y sí. Imaginate que estás en plena carrera y te dicen, una y otra vez, que salgas. Es para eso y mucho más. Igualmente eso ya pasó y, en definitiva, me sirvió porque esa victoria rompió con 10 años de triunfos extranjeros y la manera en la que se dio hoy sigue aún hoy generando cosas.
-¿Qué cambió entre ese día y esta víspera previa al Mundial?
-Nada. O sí, mucho. La presencia de mi hija que es cada vez más fuerte, haberme casado rodeado de mis afectos. Y haberme dado el gusto de ser olímpico. Llegar a un Juego Olímpico es el sueño de muchos deportistas, es lo máximo y pude conseguirlo.
-Lograste llegar a Río 2016, ¿cómo se recupera la ambición y las ganas de seguir cuando lo que más querías ya lo obtuviste?
-No es fácil recuperar la motivación. Creo que en todos los órdenes de la vida pasa eso. Por ejemplo, yo sé que vos soñás con cubrir un Juego Olímpico o un Panamericano. ¿El día que lo consigas cómo continuás con tu carrera de periodista? Muy simple, motivándote con una nueva meta. En mi caso, miro y pienso en Tokio 2020, pero antes estoy ansioso de correr en Londres 2017. Pero ese foco no me quita el sueño porque en unos días voy a estar en la línea de largada de un Mundial de Maratón con los mejores maratonistas del mundo. Esa es una manera de alimentar el deseo, las ganas. La motivación del hombre pasa por las metas que se ponga por delante. No hablo de metas quiméricas, sino de objetivos posibles y no imposibles. Lo que quiero decir es que el hombre tiene una gran capacidad de soñar y tiene algo que es un motor para ello: el apetito por lograrlo.
Un pedido más del productor audiovisual interrumpe la conversación: “¿Podrías pasar una vez más, Colo, antes de mojarte las piernas en el río?”. La respuesta afirmativa y predispuesta choca con el extenso doble turno del día: a la mañana, 10 pasadas de 1000 metros en 2 minutos 58 segundos cada una; y a la tarde, unos 15 km por el ondulante camino a Palermo. La toma concluye y Mariano aprovecha para refrescar las piernas en la gélida agua cristalina. Mientras espera que termine la crioterapia casera, Molina le arroja piedras cerca del cuerpo para que haga el llamado efecto sapito y así mojar al Colo. “¡Nooooooo… pará que está helada! Estabas esperando para vengarte, maldito”, se queja el marplatense. “Obvio. Somos dos los que queremos vengarnos jajajajajaja”, invita Molina y señala al cronista. “¿Viste con qué poco nos divertimos?”, interrogan ambos.
Ahora sí, el sol ya es un recuerdo y la sombra de la tarde recuerda que el frío avanzará con rapidez. En Cachi, la amplitud térmica regala días con más de 20 grados y noches con temperatura bajo cero. Y esta vez no será le excepción. Al llegar a las cabañas, distantes a 100 metros de la pista, la ropa que estaba colgada parece enyesada. El rocío y el frío se combinaron de tal modo que, por caso, un jean quedó tan rígido que sería imposible poder usarlo sin descongelarlo. De pronto, sonidos estridentes salen de los teléfonos celulares. La señal de WiFi indica que durante un par de horas se estuvo incomunicado. “Acá tenés esto. Olvidate del WhatsApp y de navegar, salvo que estés en la cabaña. Esto también ayuda a concentrarte. Aunque, en estos tiempos, sabemos que es casi imposible vivir incomunicados”, dice Mastromarino, al tiempo que aprovecha para llamar a Mar del Plata. “Hola, ¿cómo están?”, pregunta y se despide antes de cerrar la puerta y meterse en la intimidad de su cabaña.
Por Damián Cáceres.