Que un afroamericano haya ganado cuatro medallas doradas en los Juegos del nazismo parece ser una historia sin matices. Un héroe negro, Jesse Owens, venció a los nazis en su casa, en la cara del infame Adolf Hitler y con la ayuda de un atleta alemán. Pero nunca todo es color de rosas, Owens siguió siendo víctima de racismo en su Estados Unidos natal y también, comenzó a ser una especie de circo itinerante.

Owens nació el 12 de septiembre de 1913, en el Estado de Alabama. Un estado que durante la Guerra de Secesión (1861 a 1865) había formado parte de La Confederación, muy en resumen, los estados que defendían, entre otras cosas, a la esclavitud. Por ende, ser afroamericano en el sureste del territorio estadounidense no era nada fácil (aún sigue siendo difícil). Aún, las heridas de la Guerra seguían abiertas y el racismo estaba a flor de piel.

“El Antílope de Ébano”, como lo habían apodado durante los Juegos de Berlín 1936, consiguió cuatro medallas de oro en aquella cita olímpica (100, 200, posta 4×100 metros y salto en largo). Pero antes de regresar a su país fue prácticamente obligado a ser un circo itinerante. Vale recordar que los atletas no podían ser profesionales, ellos no veían ni una moneda de todo el negocio, que estaba en alza. En este contexto, a Jesse fue forzado a participar en varias competiciones en Europa, a lo largo del Reino Unido y también, en Alemania. El hombre que se encargaba de estos entramados era Avery Brundage, presidente del Comité Olímpico Estadounidense, años más tarde presidió el COI.

Como Owens no podía cobrar por ser deportista, el que se llenaba los bolsillos era Brundage. Todo este caldo de cultivo no hacía más que hacer acumular bronca al atleta, que hacía meses estaba de gira gratis por Europa, lejos de su casa y su familia. Por esto, Jesse se negó a participar de una exhibición en Suecia y Brundage lo sancionó con un castigo durísimo: fue suspendido de por vida. La carrera del mejor deportista de aquellos tiempos finalizaba con apenas 23 años.  Algo que vale la pena destacar, es que Owens era muy respetado en la Alemania nazi por los aficionados, varios de ellos le pedían autógrafos y lo felicitaban por sus logros.

Por fin, luego de varios meses de gira pudo regresar a la tierra del Tío Sam, donde esperaba que el Gobierno lo reciba con bombos y platillos. Pero, lastimosamente, los afroamericanos no gozaban de los mismos derechos que los blancos. El presidente de por aquel entonces, Franklin Delano Roosevelt, no lo felicitó ni siquiera por escrito y, mucho menos, lo recibió en la Casa Blanca. La explicación de esto es que Roosevelt buscaba el voto de los Estados sureños, y ellos no iban a elegir a un mandatario que recibía a negros. En Nueva York se realizó una celebración para homenajear a los campeones en Berlín, pero a Owens no se le permitió la entrada al Hotel Waldorf Astoria por la puerta principal y tuvo que ingresar por un montacargas.

Cuatro meses después de los Juegos, fue invitado a correr en una carrera contra un caballo, en La Habana. Lo mostraban como un fenómeno de circo y lo humillaban constantemente. También, lo hacían correr contra perros o autos (algo así como cuando Usain Bolt vino a Argentina y corrió contra un colectivo de la línea 59). Su fama pasó a ser prácticamente nula y trabajó en una lavandería y como bailarín de jazz, algo que le gustaba mucho ya que conocía mucho sobre el tema.

Tuvo un “reconocimiento” en la década del ’50, cuando el presidente Dwight Eisenhower lo hizo embajador de buena voluntad de Estados Unidos para el Tercer Mundo, con un sueldo de 75.000 dólares al año. Pero a fines de la década dejó dicho cargo y se dedicó a dar charlas motivacionales. También, fue tildado de tibio por no comprometerse con las causas raciales. Es más, antes de los Juegos de México 1968, fue enviado para calmar los ánimos de algunos atletas con ideas afines a las de Las Pantera Negras, entre ellos Tommie Smith y John Carlos. El gobierno quería que Owens sea visto como el afro bueno y él se cansó de esto.

Para 1970, Owens publicó un libro llamado “He Cambiado”, en el que decía: “Me di cuenta de que luchar, en su mejor sentido, era la única respuesta que el afroamericano tenía, que cualquier negro que no estuviera comprometido en la lucha en 1970 estaba ciego o era un cobarde”. Jesse Owens falleció a los 66 años, el 31 de marzo de 1980, a causa de un durísimo cáncer de pulmón, era un fumador empedernido desde los 30. El mandatario por ese entonces era Jimmy Cartes, quien había ignorado al ex atleta cuando este le solicitó que retire el boicot contra los Juegos de Moscú. Finalmente, Owens recibió “reconocimiento” del gobierno con una carta que decía: “Quizá ningún atleta simbolizó mejor la lucha humana contra la tiranía, la pobreza y el fanatismo racial”.

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