La historia de Franco Salazar “Corriendo Voy…”
Esta es la experiencia de Franco Salazar, el la llamó “Corriendo voy…”, y es un relato que cuenta cómo la llegada al mundo de su hijo Simón logró un cambio en su perspectiva de las cosas importantes de la vida y cómo el running formó parte de su nueva realidad.
Desde que mi hijo Simón nació he estado intentando, a veces con mayor éxito que en otras, ciertos cambios de hábitos personales, en algunos casos la profundización de otros que ya habían sido motorizados tiempo antes. Los mismos, principalmente consisten en el cuidado personal, la buena alimentación, atención médica integral, la alineación espiritual y energética, el buen descanso y principalmente una rutina de entrenamiento como complemento de todo lo anteriormente mencionado.
Siempre decía que para ser papá debía alcanzar la madurez física, psíquica y también espiritual; y en eso andamos o mejor dicho ahí es donde pongo las fichas, donde deposito mis esfuerzos personales, en tratar de estar mejor conmigo mismo.
Allá por los primeros días de Septiembre de 2014, cuando el sol comenzó a brillar esplendorosamente sobre nuestras cabezas por la llegada de mi hijo a este mundo es que decido empezar a cuidarme con las harinas, los azucares, el alcohol, con las comidas fueras de horario, a comer más lentamente, masticando más y mejor (disfrutando a su vez más y mejor), a invertir la base de la dieta, ya no lo seria mas la carne roja sino que le abriría definitivamente la puerta a las frutas, verduras y semillas. Todo un mundo por conocer y recorrer, un sinfín de nuevos sabores que surgen de desconocidas recetas.
A ese vuelco hacia una alimentación saludable, le sume el running, cosa que desconocía por completo. Correr siempre fue para mí un medio, corría para hacer otros deportes nunca corría por si mismo, corría para jugar al fútbol, al rugby, para alcanzar el micro, pero no mas…
El primer desafío llego de la mano de una carrera nocturna en el hipódromo de San Isidro (Energizer Night Race), eran 5km que en ese momento parecían inalcanzables, nada mal me fue dado que logre bajar en dos minutos mi marca personal, de los 26 min a los 24 min, quedando undécimo en la categoría masculino de 30 a 39 pirulos.
Fue una jornada altamente satisfactoria por muchas razones, porque mi familia en pleno con Vane y Simón estaban apoyándome y eso se sintió mucho, porque era la primera y fundamentalmente porque lo disfrute a más no poder.
A los quince días era el turno de los 10k, esta vez en La Plata, era un cuarto de maratón en la ciudad de La Plata, partiendo – y llegando al Estadio Único-, acá la preparación no fue de lo mejor, ni siquiera tenía registros de mis tiempos.
No importa, los valientes no hacen historia y lo que ahora les estoy contando es una historia. Llovía torrencialmente, y eso hizo la jornada más atrapante aparte de aplacar el sofocante calor que azotaba a la ciudad. Empecé a correr, como usualmente me pasa (ahora cada vez menos) hay un momento de la carrera donde me es imposible apegarme al pretenso ritmo de carrera, en mi caso y para los 10 km de 6 min el km, pero por suerte no me aleje mucho de eso, teniendo lógicamente altibajos de rendimiento pero lo importante es que pude llegar a la meta logrando un tiempo de 46 min en los 9Km 23 que finalmente tenía el circuito. Contento, feliz y asombrado a la vez por la marca, que nunca más pude hacer por cierto.
Hay algo, un plus extra, un no sé qué, que el día de la carrera a uno lo invade, algo que solo se traduce en correr y correr, en poner un paso atrás de otro, en tener erguida la columna, en llenar de aire los pulmones, llevar los talones al culo, extender bien los pies y buscar el famoso efecto rebote.
En fin, esto parece solo un camino de ida, donde la carrera es con uno mismo, quiero correr más, mejorar mis tiempos, y eso ya lo justifica todo. Ahora entrenamiento mediante, me esperan mis primeros 21K en la ciudad de Mendoza o la media de Buenos Aires, aun no lo se.
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