24 de septiembre de 1988, Seúl, Corea del Sur. Todo está listo para la carrera del siglo, el canadiense Ben Johnson y el norteamericano Carl Lewis se batirán a duelo en la final de los 100 metros. El estadounidense estaba en la defensa de su oro olímpico, conseguido cuatro años atrás en Los Ángeles. Johnson quería arrebatarle el cetro. Una previa caliente, con acusaciones cruzadas, al mejor estilo de un combate de boxeo de esos que denominan como “la pelea del siglo”. Sin ir más lejos, esta final olímpica se vendió como tal.

El canadiense, en realidad, era de origen jamaiquino. Recién a los 14 años se mudó con su mamá y sus hermanos a Scarborough, un municipio dentro de la ciudad de Toronto. Su adaptación al nuevo país no fue simple, pasó del sol y el calor del caribe a la nieve y el frío de Canadá. Allí, conoció a Charlie Francis, campeón nacional canadiense de 100 metros en 1970, 1971 y 1973, quien comenzó a entrenarlo en 1976. En un principio, Johnson no era la mole que sería unos años después, sino todo lo contrario: pesaba apenas 40 kilos y medía 1.65, un flaquito, algo así como Usain Bolt en Atenas 2004. Pero Francis declaró que en apenas dos años creció 13 centímetros y ganó 18 kilos.

Comenzó a destacarse y sus actuaciones lo llevaron a ser seleccionado por el equipo canadiense para los Juegos de Moscú 1980 con tan solo 18 años. Aunque no pudo competir, como casi ningún atleta del bloque occidental, a causa del boicot a los Juegos. Saltó a la fama en Los Ángeles 1984, donde consiguió dos medallas de bronce, en los 100 metros llanos y en la posta 4×100. En la prueba más taquillera hizo un registro de 10.22 segundos, a tan solo 3 centésimas de la medalla de plata que quedó para el estadounidense Sam Graddy. Pero todos los flashes se los llevó el Hijo del Viento: Carl Lewis.

Lewis, oriundo del Estado de Alabama, llegaba a Los Ángeles con el cinturón de campeón del mundo en 100 metros, en la posta 4×100 y en salto en largo. Así que, su explosión en su estreno olímpico con 22 años no fue una sorpresa. Aunque rompió con todas las pruebas, revalidó el oro en las tres pruebas del Mundial de Helsinki 1983 y sumo una dorada en los 200 metros. Un total de cuatro medallas, un animal. Encima, en los 200 hizo récord olímpico (19.80) y en la posta 4×100, el equipo compuesto por Ron Brown, Graddy, Calvin Smith y él, rompió el récord del mundo (37.83). Johnson tenía un objetivo claro para el siguiente ciclo olímpico: vencer a Lewis, como sea.

El canadiense rompió algunos récords mundiales en 1986, pero de menor escala, como en 50 metros y en 60 metros. Ambos fueron al Mundial de Roma 1987 y Lewis encendió la mecha primero: “una cosa es hacer buenas marcas en mítines y otra distinta ganar campeonatos, además estoy en gran forma y no pienso atormentarme con su fabulosa salida”. Johnson respondió: “debo confirmarle a todo el mundo que soy el hombre más veloz de la tierra”. La mesa estaba servida.

Pero lo que sucedió en la capital italiana fue de escalas estratosféricas. Ambos velocistas (valga la redundancia de este término), hicieron récord del mundo. Lewis igualó el registro anterior de 9.93, en poder de su compatriota Calvin Smith desde 1983. Pero Johnson cruzó la meta 10 centésimas antes, es decir, 9.83 segundos, nueva plusmarca mundial y con basta diferencia. Con ese registro, hubiera ganado la medalla de plata en los últimos Juegos Olímpicos (Tokio 2020). Mientras tanto, Lewis se conformó con las medallas de oro en la posta 4×100 y en salto en largo. Además, no todo era color de rosas para el de Canadá.

Una vez finalizado el Mundial, Lewis hizo varias declaraciones. Primero, dejó en claro que más allá de su excelente carrera, Johnson no era imbatible. Luego, fue por más y sin dar nombres acusó a sus competidores de doparse para mejorar sus rendimientos en pista. Ante esto, los “anti Lewis”, dieron que hablaba porque fue derrotado, que lo hubiera dicho en 1984 y que era egoísta porque no sabía perder. Pero, si estas declaraciones anteriores parecieron mucho, Lewis echó más kerosene al fuego con estos dichos a la BBC: “Hay medallistas de oro que utilizan drogas, esta carrera se mirará durante muchos años, para buscar más motivos”, no había vuelta atrás, la guerra estaba declarada.

Llegó 1988 (año olímpico), y Lewis era el hijo de Johnson, al menos en el último año. El 17 de agosto, se enfrentaron en Zúrich, Suiza, y por primera vez desde que el canadiense estableció el récord del mundo, el yanqui pudo vencerlo. Nuevamente, hizo 9.93 (por entonces la segunda mejor marca de la historia) y su rival quedó tercero con un registro de 10 segundos clavados. A falta de 36 días para la final olímpica, este hecho motivó a Lewis y, nuevamente, echó leña al fuego: “La medalla de oro en los 100 metros será mía, nunca volveré a perder ante Johnson“.

24 de septiembre de 1988, Seúl, Corea del Sur.

Previa bien caliente, como si se tratara de un Muhammad Alí contra Joe Frazier o un Boca River, con Ramón Díaz calentando el ambiente. Así llegaron a los Juegos de Seúl 1988, el mundo entero estaba pendiente de esta carrera: la carrera del siglo, la prueba más taquillera del mundo tenía más taquilla que nunca antes. Lewis partía por el andarivel tres, Johnson por el seis. En un segundo plano, asomaban como candidatos el británico Lindford Christie y Calvin Smith (el otro poseedor de la marca de 9.93).

Largaron, el Estadio Olímpico pasó de un inmaculado silencio a una explosión en menos de un segundo. Pero el que explotó fue Ben Johnson, se cortó solo aproximadamente a la mitad de la prueba y cruzó solito la meta. Al momento de la llegada señaló con su brazo derecho hacía el andarivel del norteamericano, una especie de mensaje que decía: “el nuevo rey soy yo”. El canadiense rompió su propio récord del mundo, hizo una nueva plusmarca de 9.79 segundos y la prueba fue histórica para la época, ya que él y otros tres atletas corrieron por debajo de los 10 segundos, uno de ellos Lewis que se quedó con la plata con un tiempo de 9.92, que en ese momento significó la tercera mejor marca de la historia.

Pero el 26 de septiembre cambió todo, en esos tiempos los dopajes estaban empezando a surgir, gracias a que las pruebas anti doping estaban en proceso de evolución y eran cada vez más rigurosos. Por esto, ocurrió lo inesperado (para Lewis no), Ben Johnson dio positivo por estanozolol. Un anabólico que presenta propiedades similares a la hormona masculina de la testosterona, tiene efectos virilizantes androgénicos, incrementa la síntesis de proteínas y potencia el desarrollo muscular. Estaba hasta las manos. Su equipo intentó defenderlo, alegando que le habían infiltrado la sustancia en una cerveza, pero no. Meses más tarde, el flamante medallista de oro confesó que se había dopado para vencer a Lewis y que llevaba varios años haciéndolo.

Fue despojado de sus marcas y sus preseas, Lewis se quedó con las medallas doradas del Mundial, de Seúl y con el récord del mundo de 9.92 segundos. Johnson tuvo una sanción de dos años y se estima que perdió entre 10 y 15 millones de dólares en patrocinadores. Retornó a los Juegos Olímpicos en Barcelona 1992, pero quedó último en su serie de semifinales tras caerse en la partida.

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